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El hambre sigue invicta

17 de octubre de 2002

Las cifras son estremecedoras: 840 millones de personas padecen de desnutrición crónica y sus consecuencias cuestan la vida anualmente a seis millones de niños. Es la realidad que expone el último informe de la FAO.

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Ayuda alimentaria para Zimbabue, cuya población se ve asolada por la hambruna.Imagen: AP

El aniversario de la creación de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura se ha convertido también en el día de la lucha contra el hambre en el mundo. Una lucha que, por ahora, la humanidad va perdiendo. Ni siquiera parece alcanzable la modesta meta, trazada tiempo atrás, de reducir al menos a la mitad el número de personas afectadas por desnutrición crónica en el mundo, de aquí al 2015.

Avances y retrocesos

Así lo indicó el subdirector general de la FAO, Hartwig de Haen, haciendo notar eso sí que se han registrado progresos considerables en algunos países, como China, donde se logró reducir la cantidad de desnutridos crónicos en 74 millones en la década del 90. Entre los ejemplos positivos se cuentan también los de Indonesia, Vietnam, Perú y otras naciones.

En otras regiones, en cambio, el problema se agudiza. Especial preocupación provoca actualmente el sur de África, donde más de 14 millones de personas requieren con urgencia ayuda alimentaria. La asistencia que se entrega, en comida y semillas, no es suficiente, según De Haen, quien considera un escándalo que los estados no cumplan su compromiso de combatir sustancialmente el hambre en el mundo.

Desequilibrio mundial

La dramática situación pone de manifiesto, una vez más, los grandes desequilibrios existentes en el planeta. Sólo una cuarta parte de la población mundial vive en los países industrializados, donde se consume sin embargo la mitad de la producción agrícola global. Allí, el consumo se eleva a las 3.500 calorías diarias, duplicando virtualmente al de la población del África subsahariana.

La abundancia de los países industrializados, sin embargo, se mantiene en buena medida a costa de las regiones más pobres. En los países más prósperos de Occidente, los contribuyentes aportan los fondos para financiar, mediante gigantescas subvenciones, la producción de alimentos baratos. Los consumidores viven en la ilusoria convicción de poder alimentarse a bajo costo y de poder disfrutar simultáneamente de productos de primera calidad.

La otra cara de la medalla es mucho más sombría: los países en vías de desarrollo exportan materias primas agropecuarias a las regiones industrializadas, donde se las elabora y consume. Parte de estos productos ya elaborados vuelve a exportarse al Tercer Mundo. Así ocurre, por ejemplo, con chocolates, pescado en conserva o alcohol. De este modo se cierra el círculo. Un círculo vicioso que distorsiona los mercados y, en suma, contribuye a mantener el deplorable statu quo que año tras año nos recuerda la FAO, cada 16 de octubre.