Cuando Laura Anderson Barbata era niña, su familia se trasladó de México a Europa por un año. En París, por primera vez en un museo, el del Louvre, la cautivó una de las esculturas más célebres de la Antigua Grecia. Años más tarde, las vivencias de la infancia comienzan a crecer en su interior como una semilla que germina. Un dibujo suyo, precisamente de una semilla, la lleva a relacionarse con la comunidad yanomami en el Alto Orinoco, en Venezuela. Allí aprende a compartir conocimientos, algo que "no solo nos enriquece, sino que también forma lazos de conexión”. La comunidad yanomami le enseñó a construir canoas y ella, a fabricar papel con fibras naturales. Esta experiencia de reciprocidad, dice, transformó su vida. Pero van más allá los puentes que la artista transdisciplinar tiende para crear lazos de conexión. Al ser invitada a una residencia artística en Noruega, gestiona la repatriación a México de los restos de una compatriota: la artista Julia Pastrana.