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"Hay que iniciar un debate sobre el sentido del despliegue en Afganistán"

16 de abril de 2010

Ya son siete los soldados germanos caídos en Afganistán en lo que llevamos de mes. Cada muerte recuerda a los alemanes que allí se libra una guerra, y ejerce presión sobre Berlín. Bettina Marx comenta la situación.

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Otros cuatro soldados alemanes han muerto en Afganistán. Han caído en una guerra no declarada, en una guerra de ejércitos occidentales altamente armados contra guerrilleros locales, en una guerra que, en realidad, nadie entiende.

Y otra vez la política alemana reacciona como siempre: no hay alternativas a la misión, reza la constatación casi unísona de Gobierno y oposición. Hay que estabilizar Afganistán. Una retirada prematura de las tropas sería contraproducente y pondría en entredicho todo lo logrado hasta el momento.

La canciller alemana, Angela Merkel, repite el "mantra" que desde el principio sirvió de justificación a la misión: los soldados han muerto "por nuestra libertad y nuestra seguridad", dijo en declaraciones iniciales.

La Bundeswehr está presente en Afganistán para defender la seguridad de Alemania, declaró el ex ministro de Defensa, Peter Struck, del Partido Socialdemócrata Alemán, en diciembre de 2002, cuando dio a conocer la reorientación estratégica del ejército que él mismo había concebido. Por ella, la defensa del territorio nacional establecida en la Constitución dejaba su posición prioritaria a la superación de las situaciones de crisis y a la defensa de los intereses alemanes, en caso de que fuera necesario, también en el Afganistán.

El Gobierno rojo y verde [formado por socialdemócratas y ecologistas, n.r.] apostaba de este modo por la militarización de la política exterior alemana y se alejaba con ello del principio que durante décadas impregnó a la joven República Federal de Alemania y garantizó, después de la II Guerra Mundial, su ingreso en las Naciones Unidas: desde suelo alemán no debe volver a emprenderse nunca más un conflicto armado.

Bueno, ocho años después de que Struck redefiniera las tareas de los militares alemanes, ha llegado el momento de hacer balance. La muerte de siete soldados en dos semanas obliga a la reflexión. La pregunta tiene que hacerse: ¿por qué han muerto? ¿En beneficio de quién?

La política no debe dejar a la opinión pública y las familias de los caídos solas con este interrogante.

Las condolencias de la canciller, la conmoción del ministro de Defensa, la consternación de los periodistas televisivos ya no bastan. Hay que iniciar un debate sobre el sentido y el sinsentido del despliegue alemán en Afganistán. Una discusión sincera que no tenga miedo de hablar sobre errores de la política exterior alemana de los últimos diez años, que saque a relucir las mentiras que nos han llevado a esta situación y que le han costado la vida a un total de 27 soldados alemanes.

Los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 que dieron pie a la guerra en Afganistán y sirvieron de pretexto a la invasión de Irak no fueron obra ni de terroristas afganos ni de terroristas iraquíes. ¿Por qué se atacó entonces estos dos países? ¿Por qué tuvieron que perder la vida cientos de miles de civiles en la llamada guerra contra el terrorismo?

¿Para acabar con un par de campos de entrenamiento de terroristas islámicos en el Afganistán? ¿Para detener a Osama Binladen, el supuesto organizador de los atentados? ¿O había otros intereses implicados, como el control de las reservas de crudo y las vías de transporte?

Siete soldados alemanes muertos en dos semanas. La clase política no debe pasar página como si nada. Le debe respuestas a las familias de los fallecidos y a la opinión pública alemana.

Autora: Bettina Marx

Editora: Emilia Rojas Sase