Durante ocho años, la Unión Europea demostró una enorme solidaridad, y que grandes logros son posibles, juntos. La recuperación de Grecia, a pesar de todos los errores cometidos y de las dificultades que tuvo que soportar el pueblo griego, es un éxito de la Unión Europea y, en particular, de los países de la eurozona.
Cuando en 2010 se hizo evidente que el Estado griego, debido al excesivo déficit, su baja productividad, sus altos salarios y el excesivo consumo privado iba rumbo a la quiebra, la Unión Europea y el Fondo Monetario Internacional (FMI) decidieron ayudar a los griegos. Pero no estaban obligados a hacerlo. Los pactos europeos excluyen expresamente un "bailout", es decir, un rescate gratuito de la deuda.
Por lo tanto, se acordó prestarle dinero a Grecia en términos extremadamente favorables para que pudiera seguir cumpliendo con sus obligaciones, como pagar salarios y pensiones estatales. Por supuesto que la zona euro no tomó esta medida sólo como acto de solidaridad, sino también por el interés propio de evitar la propagación de la crisis.
La eurozona también se aseguró de que los bancos en Alemania, Francia y España no quebraran al ser arrastrados por Grecia. Sin embargo, los países del euro y el FMI podrían también haber atendido a las numerosas advertencias de que la salvación de Grecia nunca tendría éxito.
Gran dureza, pero sin alternativa
Sin condiciones tan duras, una reestructuración financiera de Grecia no hubiera sido posible. El Estado tuvo que reducir drásticamente su excesivo gasto. La población ha sufrido la reducción de sus ingresos. La economía se contrajo. Todas estas dificultades eran inevitables, porque estaba claro que Grecia no podía seguir existiendo a base de préstamos. En retrospectiva, sin embargo, los recortes podrían haberse hecho socialmente más llevaderos.
Las condiciones también fueron necesarias, con el fin de poder forzar la ejecución de las reformas estructurales que ni el Estado ni la economía quisieron hacer durante décadas en Grecia. Se equivocan los críticos que reiteran que el ahorro exigido por los acreedores ha dañado la economía griega. Sin las medidas de reestructuración, Grecia no hubiera salido de la grave crisis que la llevaba a la bancarrota; hubiera sido expulsada de la eurozona y hoy estaría desconectada de las fuentes de inversión y financiación.
Eso lo entendió muy rápidamente Alexis Tsipras, el primer ministro populista de izquierda que hoy afirma haber liberado a Grecia del yugo de la Troika. Durante varios meses, Tsipras se presentó, junto con el bufonesco Yanis Varoufakis, entonces ministro de Finanzas, como el rebelde crítico de los acreedores.
Tsipras acercó a Grecia al borde de la insolvencia en 2015. Después de mirar al abismo, dió vuelta atrás y decretó medidas de austeridad aún más duras. Elevó los impuestos, pero al mismo tiempo, revirtió algunas reformas. En suma empero, Alexis Tsipras recurrió a la senda del rescate de la zona euro. Un hecho que vende ahora como su victoria. Por qué los griegos se lo creen, sigue siendo siendo un misterio.
Dudas sobre la fortaleza de Grecia
Las escapadas de Tsipras y Varoufakis mantuvieron a Grecia casi tres años más bajo las condiciones del plan de rescate y provocaron una caída de la producción económica nacional, que ahora vuelve a crecer, aunque lentamente. Una recuperación que tiene lugar, no gracias a las ideas del Gobierno de Atenas, sino al bien calibrado plan de rescate de los europeos.
A partir de este 21 de agosto, Grecia debe volver a estar sola en los mercados financieros y tratar de pedir dinero prestado a tasas de interés razonables. Esto solo puede ser posible, si todo futuro gobierno griego aplica una férrea disciplina presupuestaria y mejora su competitividad. Grecia y los griegos se ganaron esta segunda oportunidad con sudor y lágrimas, por eso no debe desperdiciarse.
La solidaridad de los europeos debe continuar, y así será. La UE también aprendió de la crisis griega. Ahora hay un fondo de rescate oficial dotado con suficiente capital. Los procedimientos ya son conocidos. La UE está hoy mejor preparada para la próxima crisis. Y Bruselas lo volverá a lograr, a pesar de quienes, persiguiendo intereses propios, afirman lo contrario. Si los populistas de Polonia a Italia llegan a marcar la pauta en la UE, países como Grecia estarían perdidos. Con la actitud de "Mi país primero", los señores Salvini (Italia) o Strache (Austria) seguramente no van a ayudar a los griegos otra vez.
Bernd Riegert (JOV/CP)
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