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Opinión: Lo que queda de la Primavera Árabe

Loay Mudhoon
11 de noviembre de 2018

Poco queda del ambiente de optimismo y de esperanzas de la Primavera Árabe. Sin embargo, es imposible volver a la situación previa a 2011, opina Loay Mudhoon.

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Symbolbild Arabischer Frühling
Imagen: picture-alliance/dpa

Una breve mirada al mapa político ocho años después de la dinámica revolucionaria de la Primavera Árabe debería ser suficiente para ver que no queda mucho de las esperanzas de la gente de una vida en democracia y digna.

En lugar de "pan, libertad y justicia social", al estallido del "Arabellion”, la mayor movilización de masas de los pueblos árabes de la historia reciente, le siguió mucho caos y destrucción: en Libia amenaza el colapso del Estado, sobre Yemen advierte Naciones Unidas de la mayor catástrofe humanitaria del mundo. En Egipto impera un silencio de cementerio espantoso y engañoso.

Al mismo tiempo, varios países que reclaman cambios se han transformado en puntos de partida de conflictos regionales. El complejo conflicto sirio se ha convertido en una guerra regional e internacional tras años de lucha brutal y confesional. Un levantamiento popular pacífico contra el reinado del terror del clan Assad se ha convertido ahora en un conflicto mundial.

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Loay Mudhoon, periodista de DW

Sólo en Túnez, cuna de la "Arabellion”, la transición de la dictadura a la democracia podría tener éxito, especialmente si el país controla sus problemas económicos. El modelo de democracia tunecino debe seguir siendo apreciado y mantenido por Occidente.

Restauración autoritaria y estancamiento de la reforma

Peo, ¿cómo se pudo llegar a ello? ¿Por qué ha quedado tan poco del espíritu de optimismo de la Primavera Árabe, de la esperanza de una vida mejor en libertad y con dignidad? Ciertamente hay muchas razones para esto. Se encuentran principalmente en el legado de la dictadura y menos en la cultura. Para entender el proceso, debemos recordar un hecho: la "Arabellion” ha revelado la crisis de los Estados árabes, y no la ha desencadenado.

La causa principal de la crisis radica en el fracaso colosal de las élites gobernantes (militares) en la construcción de un Estado moderno. Porque estas élites controlan las débiles instituciones y los recursos del Estado, los cuales usan seguido para su propio beneficio. Poco a poco se han ido desconectando de la vida real del árabe de a pie, de las preocupaciones de la mayoría de la población. El alejamiento de ese pacto social, especialmente en Egipto, demostró una vez más ser devastadora para la identificación de los ciudadanos árabes con el Estado.

Y así, casi todas las "repúblicas del miedo" árabes se debilitaron económicamente con el paso del tiempo, pero también se volvieron más represivas. Los partidos islamistas se convirtieron en un contrapoder en el Estado, pero han obstaculizado el desarrollo humano.

La otra posibilidad, un orden burgués-liberal, fue combatida conscientemente por los regímenes árabes. Los déspotas árabes no se preocupaban tanto por los islamistas porque, en caso de duda, sabían que Occidente los elegiría como el "mal menor”.

El estancamiento de la reforma

La restauración autoritaria de viejas costumbres en muchos Estados que están experimentando un cambio radical a partir de 2013 no da respuesta a los grandes retos del presente y del futuro de los países árabes. Esta evolución es preocupante, ya que las condiciones socioeconómicas que finalmente condujeron a las revoluciones árabes se han deteriorado masivamente: hoy en día, uno de cada tres árabes tiene menos de 23 años, y el mundo árabe necesita 50 millones de empleos en los próximos 20 años, de los cuales nadie sabe de dónde vendrán. En este contexto, se puede suponer que países como Egipto pronto se volverán ingobernables sin reformas políticas y económicas de largo alcance.

Aquí es exactamente donde deben comenzar los esfuerzos de Occidente: Alemania y sus socios deberían imponer condiciones a sus ofertas de ayuda. Entre ellos figuran los avances (incluso los pequeños) en la lucha contra la corrupción generalizada, en la aplicación de reformas económicas para la clase media y en el fortalecimiento de la sociedad civil y el Estado de Derecho.

Los gobiernos occidentales deben tomar distancia de la ilusión de estabilidad de los Estados represivos supuestamente fuertes. Porque una tiranía nunca es realmente estable.

(CT/EAL)

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