Si usted quiere ser político…o ya lo es
29 de diciembre de 2006"Es necesario ser zorro para conocer las trampas y león para atemorizar a los lobos". Esta es la conclusión de Niccolò Machiavelli tras haber visto en la corte de Borgia la naturaleza (salvaje) de la política; cómo el político ha de asegurarse una triple protección: contra la fe, la moral y la religión. Y cómo en la política se hace uso del engaño y la retórica.
¿Es Vd. político o política o quiere serlo?, ¿Hay una brecha entre lo que ha logrado como tal y lo que desea?, ¿Las masas no le otorgan el reconocimiento que merece?. ¡No se desespere! Vd. como político, aún puede alcanzar fama, poder y riquezas. Siga los consejos de esta columna y alcanzará lo que los testarudos de sufragantes jamás podrán darle.
Nunca apele a la razón. Las emociones son las que mueven a sus electores. Y la envidia es un instrumento reconocido. Despierte la ilusión de que siempre hay algo que quitarle a los ricos para dárselo a los pobres. Llame esa redistribución “justicia social” y el apoyo que recibirá lo sorprenderá hasta a Vd. mismo. La fórmula es segura: el único que va a sacar provecho es Vd., nadie más.
“El arte de gobernar consiste en quitarle todo el dinero posible a un grupo de ciudadanos para dárselo a otro”. Si lo dijo el ilustre Voltaire, póngale la firma. Así es que si Vd. está metido hasta el cuello combatiendo la economía capitalista y ésta, a pesar de todos los obstáculos que Vd. le pone, logra satisfacer algunas de las necesidades básicas de las masas, es un claro indicio de que la envidia ya no le funciona. ¡No decaiga! El arsenal de morteros políticos es grande.
El miedo es una emoción fuerte que funciona a las mil maravillas en millones de electores y en países completos. Diga que su país corre peligro de ser invadido. Ya sea por pingüinos, extranjeros o gringos, pero ¡dígalo! Diga, por ejemplo, que para paralizar mariposas homicidas un país vecino va a fumigar las fronteras con perfume chino poniendo en peligro el aroma natural de sus conciudadanos.
O diga que Vd. es el verdadero presidente del país y que si no se lo creen le pregunten a su mamá. ¡Hágalo!, que ella no lo va a hacer quedar mal en público. Desde luego que Vd. es el único que puede evitar que pingüinos enanos se anden de arriba abajo por su precioso país en busca de hielo. Casi medio mundo va a entender que el hielo que brota por ríos en su territorio nacional no es para regalar sino para vender, máximo para cambiarlo por hierbas medicinales como el coco antillano.
Esquive cualquier prueba científica. La ciencia se le tirará el Plan Nacional para la producción de Histeria. Después no diga que no le avisamos. Hasta Henry L. Mencken dijo que el objetivo de toda política práctica era "mantener alarmada a la población con una interminable serie de amenazas".
Pero no se conforme con hacer cundir el pánico. Creése nuevos sectores de acción. Reclame no sólo la soberanía sobre el bienestar material de su pueblo, sino también el regimiento sobre su estado psíquico. Hágale creer a sus seguidores que son una partida de ineptos y sáquese de la manga un poder que lo faculte para gobernar sobre todos, desde la cuna hasta el ataúd.
Ofrézcales “gratis” en SU nombre - ¡no en el del Estado! - abecedario y pepitas contra el escape de oxígeno, un mal que al contacto de la piel con el aire “libre”, pone azules hasta a las más convencidas plañideras de su movimiento.
¡Ay de que empiece a dudar de Vd. mismo! Recuerde que su accionar político “sólo” es en favor de los ciudadanos. No pare de declarar que sus motivos para llegar y perpetuarse en el poder son los más nobles. ¿Giros bancarios al extranjero?, ¿Negocios ilegales de armas?, ¿Malversación de fondos públicos? Ni cambie la mímica cuando escuche, lea o vea en la prensa tales cosas. Haga de cuenta que los periodistas hablan de la titánica búsqueda de planetas extrasolares.
¿Ya empiezan a aparecer columnas que hablan de "un presunto" abuso de su poder? ¡Pero, por favor! Si Vd. vive en una democracia. Cualquiera puede decir lo que quiera. A menos que Vd. mismo ya sea el Presidente.
Autor: José Ospina-Valencia