La celebración del acuerdo alcanzado el 6 de diciembre entre la UE y los países del Mercosur es, en primera instancia, un gran logro comercial, que ha adquirido, además, un alto grado de interés geopolítico, ya que podría ayudar a evitar que la región económica más importante de América Latina se acercara todavía más a China.
No es de extrañar, por tanto, que solo se haya hablado en Montevideo de un "acuerdo de partenariado" y no de la asociación de los dos bloques que lograron los presidentes de Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay para anunciar el entendimiento después de 25 años.
Se le atribuye especialmente la función de transmitir un mensaje al mundo de que, desde Europa, se puede actuar con eficacia en el escenario estratégico de la competencia sistémica de los grandes poderes, tratando de contravenir la impresión de que la UE no tiene mucho que ofrecer a nivel internacional. Pero, justamente esta carga adicional geopolítica, podría convertirse en un impedimento para la aplicación de lo acordado.
Junio de 2019: el nacimiento "en falso" del acuerdo
En junio de 2019, el entonces presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, celebró la firma del acuerdo entre la UE y el Mercosur como un "momento histórico", precisamente en la cumbre del G20 en Japón. Según él, con la firma se crearía una de las mayores zonas de libre comercio del mundo, con 700 millones de consumidores, tratando así de reivindicar la importancia de la UE a nivel internacional.
Sin embargo, el anuncio fue prematuro: la armonización de las normas medioambientales y sanitarias, y las nuevas normas de contratación pública encontraron resistencia en los Gobiernos latinoamericanos y enfrentaron la oposición de Francia, las organizaciones agrarias y los grupos ecologistas de toda la Unión Europea.
Así quedaron en evidencia las posturas divergentes, por ejemplo, en cuanto a la Iniciativa Europea contra la Deforestación y las correspondientes obligaciones para los socios latinoamericanos. Una vez más, quedó claro que tales estándares deben desarrollarse en conjunto con los socios de América Latina y no pueden imponerse desde Bruselas.
Diciembre de 2024: renacimiento de un acuerdo "dinosaurio"
Para la sucesora de Juncker en la presidencia de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, el renacimiento del Acuerdo representa, en sus palabras, "el comienzo de una nueva historia", lo que indica que todavía queda un largo camino por delante hasta que el texto del documento acordado entre en vigor.
Ambos acuerdos (el de 2019 y el de 2024) son básicamente los mismos, pero con importantes añadidos sobre cuestiones medioambientales que provocaron su fracaso entonces, y se presentan en forma de dos tratados para facilitar su ratificación en la misma UE.
Cabe recordar que, por ejemplo, la parte comercial del Acuerdo de Asociación entre Europa y Centroamérica se aplicó provisionalmente desde 2013, mientras que duró hasta enero de 2024, en que los Estados miembros finalizaron los procedimientos de ratificación del Acuerdo de Asociación en su totalidad. Así, este proceso llevó 11 años hasta que finalmente el Acuerdo entró en vigor.
Para evitar este tipo de complicaciones, la nueva versión prevé que la parte comercial entre en vigor de inmediato si es aprobada por el Consejo (al menos 15 Estados que representen el 65 por ciento de la población total de la UE), siempre y cuando no se forme una minoría de bloqueo por un grupo de Estados miembros liderado por el presidente francés Emmanuel Macron, acompañado por los Gobiernos de Polonia, Austria y los Países Bajos. Italia, cuyo Gobierno ya ha anunciado que espera medidas de protección adecuadas y pagos compensatorios en caso de desequilibrios en el sector agrícola, tendrá el voto crítico.
El presidente brasileño, "Lula" da Silva, trató de prevenir esta dinámica, al afirmar que sobre la aprobación del acuerdo se estará decidiendo "en Bruselas y no en París". Pero en el Mercosur tampoco está claro cómo se va a proceder con la ratificación: ni Lula ni Milei tienen mayorías propias en los Parlamentos de sus países, por lo que dependen de mayorías, en algunos casos con grupos menos orientados al libre comercio.
A nivel europeo, las partes políticas del Acuerdo necesitarían incluso la unanimidad del Consejo y la ratificación de los parlamentos nacionales, lo que se considera imposible por el momento, lo que indica que los 11 años del acuerdo UE-Centroamérica fácilmente podrían superarse.
No hay que olvidar que los presidentes del Mercosur tienen sus propios planes para avanzar con su política comercial: el presidente argentino Milei insiste en su plan preferido, un acuerdo de libre comercio entre Argentina y EE. UU., y también lo hace con China, socio de interés para el actual Gobierno de Uruguay. Sin embargo, hasta ahora los reglamentos del Mercosur impiden los acuerdos comerciales individuales de sus miembros y obligan a negociar en grupo, algo que algunos consideran una "prisión" a la que evadir.
2025: ¿nacerá un tercer Acuerdo?
Con la llegada de Donald Trump al Gobierno de EE. UU., se espera una nueva tendencia hacia la protección de los mercados en contra de acuerdos de libre comercio que no corresponden a los intereses nacionalistas del nuevo presidente. La UE trató de nadar a contracorriente al acelerar el acuerdo pendiente con el Mercosur, pero el camino a recorrer hasta su implementación es largo y lleva su tiempo.
Precisamente, la carga geopolítica y geoeconómica que se le ha atribuido al Acuerdo podría convertirse entonces en una desventaja, ya que implica una gran cantidad de conflictos entre las partes que podrían producirse en los próximos meses del año que viene y posteriormente, cuando cambien los vientos políticos en los diferentes países. (ms)